El calor sofocante en una ciudad centro europea, donde el aire acondicionado hasta ahora no era necesario, puede ser causa de un agobio importante.
Para quien conozca mi afición por la jardinería comprenderá que la llegada de la primavera me altera, y más aún en una ciudad Imperial como Viena, salpicada de grandes zonas verdes. Parece como si durante meses la gente no hubiese querido molestar mientras se ensayaba la función, y que ahora se ha iniciado la temporada de parques y jardines y toda la ciudad se dedica a disfrutar del espectáculo ya sea sentados, tumbados o paseando por todos esos mimados rincones.
Mi atuendo, debido al cariz de mi viaje, no es el adecuado. Mis zapatos “divinos” de “L’Àguila” me están matando, y el traje oscuro está elevando mi temperatura corporal a niveles peligrosos, y mejor no hablar de la corbata.
Mi ansiedad se estaba disparando decidí entrar en la cafetería del Hotel Sacher (si, si, el de la tarta), pero simplemente pude comprobar que no había aire acondicionado.
Cual gallina degollada, huí velozmente sin rumbo ni destino. Sin que mi neurona tuviera tiempo para pensárselo, me encontré sentado en el asiento de delante de un taxi, exigiendo entre resoplidos y aspavientos, que el aire acondicionado me diese en la cara.
El conductor entre risas, y unos ligeros movimientos con la cabeza entendió mi sufrimiento y accedió a colaborar.
Su tez morena, su pelo negro, su risita, sus gafas de sol, y especialmente su acento le delataban. El personaje tenia de austriaco, lo que yo tengo de madrileño.
¡¡¡ Vaya crack el tipo!!! Al informarle de que mi destino era el aeropuerto, me lanzó un órdago; “¿Tarifa plana o Taxímetro?” A pesar de mi sofoco, acepté el envite. Si no había tráfico pagaba unos 3 euros más que en otras ocasiones.
En cuanto iniciamos el viaje, en menos de un minuto me informó de su origen iraní, había rajado de EE.UU., estaba rajando de la Revolución Islámica, y sin quererlo ni beberlo, la temperatura ya era la adecuada. Además estaba disfrutando de la compañía de un taxista iraní, en medio de una caravana kilométrica.
Mi ínfimo conocimiento de Irán se reduce a las batallitas de MamaRoshan y Baba Essan, en su casa de Son Vida, en los miedos de Aryanour, y la desinformación que nos facilitan nuestros sensacionalistas medios de comunicación.
Así que recuperando el viejo sueño de viajar con Aria a Irán me interesó el debate iniciado unilateralmente por mi ya buen amigo taxista.
Mí tiempo era limitado, así que al grano: ¿Irías con un Bahai a Irán? Su repuesta negativa traducida al castellano significa: Aria no te preocupes, ya te lo contaré pues según este pájaro el viaje vale la pena.
El tema de las religiones le apasiona a mi interlocutor, de una manera que me recordó a un familiar directo que apreciaba la labor filosófica de la religión pero despreciaba sus hipocresías.
Su resumen es que "el 70% de la población en Irán es muy joven, con una influencia occidental brutal, ya sea por Internet, MTV, móviles, satélites, están comunicados con el exterior y lo que ven y oyen es lo que quieren. El régimen político cimentado en la Revolución Islámica no representa la voluntad de la gente." Solo confía en que las potencias occidentales ayuden en que el proceso, lento, pero natural del paso del tiempo lleve a las nuevas generaciones al poder, simplemente evitando que haya mayores radicalismos.
Al ver que la caravana empeoraba, y que perdía con creces su apuesta, no se si juró en persa o en arameo, profundizó en la conversación y se identificó como seguidor de la religión de ZARATUSTRA, basada en tres pilares: buenos pensamientos, buenas palabras y buenos actos o Pendar-e Nik, Goftar-e Nik, Kerdar-e Nik, en persa moderno.
La falta de libertades en su país, y su rebeldía juvenil le llevaron a planear su fuga de Irán con destino Toronto (Canadá). Es curioso ver como alguien en Teherán se imagina una especie de paraíso para iraníes al otro lado del mundo; “En Canadá dicen que nadie es extranjero, todos son diferentes, muchos iraníes están allí por ese motivo” describía ilusionadamente. Y “nadie te mira mal” acabó afirmando.
Tal cual vemos en los telediarios, pagó por los servicios de un falsificador de pasaportes. De la noche al día se había convertido en ciudadano belga. Personalmente creo que erró en la elección del país, pero no debía haber mucha elección en el chiringuito del falsificador, y se lanzó a la aventura.
La aventura le llevó de Teherán a Viena, donde al bajar del avión una interprete belga le hizo unas preguntas a las que contestó “Belgique, Belgique”. Con tal despliegue francófono, se fue al calabozo del aeropuerto a ver si recordaba de donde era.
Finalmente, se enfundó su bandera y reconoció ser iraní. Ello fue su salvación, pues las autoridades austriacas, le permitieron quedarse como exiliado, debido a sus creencias en Zaratustra.
No se a vosotros, pero esta experiencia me ha hecho retroceder en el tiempo unos cuantos meses, hasta llegar a la entrada “Moros y Cristianos” (2/8/2006), aquella en la que hice una comparación entre Nacional-Catolicismo e Islamismo Radical. Me he sentido muy esperanzado al ver que alguna de mis ideas, a pesar de la lejanía, coincide con las esperanzas de muchos de los que allí viven. Demos un voto de confianza y nuestro apoyo a las generaciones venideras de esos países.
Mientras no llegue el cambio, la labor de las democracias occidentales debería ser la adaptación, publicidad y venta de nuestro gran producto, “la Democracia”.
Para quien conozca mi afición por la jardinería comprenderá que la llegada de la primavera me altera, y más aún en una ciudad Imperial como Viena, salpicada de grandes zonas verdes. Parece como si durante meses la gente no hubiese querido molestar mientras se ensayaba la función, y que ahora se ha iniciado la temporada de parques y jardines y toda la ciudad se dedica a disfrutar del espectáculo ya sea sentados, tumbados o paseando por todos esos mimados rincones.
Mi atuendo, debido al cariz de mi viaje, no es el adecuado. Mis zapatos “divinos” de “L’Àguila” me están matando, y el traje oscuro está elevando mi temperatura corporal a niveles peligrosos, y mejor no hablar de la corbata.
Mi ansiedad se estaba disparando decidí entrar en la cafetería del Hotel Sacher (si, si, el de la tarta), pero simplemente pude comprobar que no había aire acondicionado.
Cual gallina degollada, huí velozmente sin rumbo ni destino. Sin que mi neurona tuviera tiempo para pensárselo, me encontré sentado en el asiento de delante de un taxi, exigiendo entre resoplidos y aspavientos, que el aire acondicionado me diese en la cara.
El conductor entre risas, y unos ligeros movimientos con la cabeza entendió mi sufrimiento y accedió a colaborar.
Su tez morena, su pelo negro, su risita, sus gafas de sol, y especialmente su acento le delataban. El personaje tenia de austriaco, lo que yo tengo de madrileño.
¡¡¡ Vaya crack el tipo!!! Al informarle de que mi destino era el aeropuerto, me lanzó un órdago; “¿Tarifa plana o Taxímetro?” A pesar de mi sofoco, acepté el envite. Si no había tráfico pagaba unos 3 euros más que en otras ocasiones.
En cuanto iniciamos el viaje, en menos de un minuto me informó de su origen iraní, había rajado de EE.UU., estaba rajando de la Revolución Islámica, y sin quererlo ni beberlo, la temperatura ya era la adecuada. Además estaba disfrutando de la compañía de un taxista iraní, en medio de una caravana kilométrica.
Mi ínfimo conocimiento de Irán se reduce a las batallitas de MamaRoshan y Baba Essan, en su casa de Son Vida, en los miedos de Aryanour, y la desinformación que nos facilitan nuestros sensacionalistas medios de comunicación.
Así que recuperando el viejo sueño de viajar con Aria a Irán me interesó el debate iniciado unilateralmente por mi ya buen amigo taxista.
Mí tiempo era limitado, así que al grano: ¿Irías con un Bahai a Irán? Su repuesta negativa traducida al castellano significa: Aria no te preocupes, ya te lo contaré pues según este pájaro el viaje vale la pena.
El tema de las religiones le apasiona a mi interlocutor, de una manera que me recordó a un familiar directo que apreciaba la labor filosófica de la religión pero despreciaba sus hipocresías.
Su resumen es que "el 70% de la población en Irán es muy joven, con una influencia occidental brutal, ya sea por Internet, MTV, móviles, satélites, están comunicados con el exterior y lo que ven y oyen es lo que quieren. El régimen político cimentado en la Revolución Islámica no representa la voluntad de la gente." Solo confía en que las potencias occidentales ayuden en que el proceso, lento, pero natural del paso del tiempo lleve a las nuevas generaciones al poder, simplemente evitando que haya mayores radicalismos.
Al ver que la caravana empeoraba, y que perdía con creces su apuesta, no se si juró en persa o en arameo, profundizó en la conversación y se identificó como seguidor de la religión de ZARATUSTRA, basada en tres pilares: buenos pensamientos, buenas palabras y buenos actos o Pendar-e Nik, Goftar-e Nik, Kerdar-e Nik, en persa moderno.
La falta de libertades en su país, y su rebeldía juvenil le llevaron a planear su fuga de Irán con destino Toronto (Canadá). Es curioso ver como alguien en Teherán se imagina una especie de paraíso para iraníes al otro lado del mundo; “En Canadá dicen que nadie es extranjero, todos son diferentes, muchos iraníes están allí por ese motivo” describía ilusionadamente. Y “nadie te mira mal” acabó afirmando.
Tal cual vemos en los telediarios, pagó por los servicios de un falsificador de pasaportes. De la noche al día se había convertido en ciudadano belga. Personalmente creo que erró en la elección del país, pero no debía haber mucha elección en el chiringuito del falsificador, y se lanzó a la aventura.
La aventura le llevó de Teherán a Viena, donde al bajar del avión una interprete belga le hizo unas preguntas a las que contestó “Belgique, Belgique”. Con tal despliegue francófono, se fue al calabozo del aeropuerto a ver si recordaba de donde era.
Finalmente, se enfundó su bandera y reconoció ser iraní. Ello fue su salvación, pues las autoridades austriacas, le permitieron quedarse como exiliado, debido a sus creencias en Zaratustra.
No se a vosotros, pero esta experiencia me ha hecho retroceder en el tiempo unos cuantos meses, hasta llegar a la entrada “Moros y Cristianos” (2/8/2006), aquella en la que hice una comparación entre Nacional-Catolicismo e Islamismo Radical. Me he sentido muy esperanzado al ver que alguna de mis ideas, a pesar de la lejanía, coincide con las esperanzas de muchos de los que allí viven. Demos un voto de confianza y nuestro apoyo a las generaciones venideras de esos países.
Mientras no llegue el cambio, la labor de las democracias occidentales debería ser la adaptación, publicidad y venta de nuestro gran producto, “la Democracia”.
Invadir, ocupar, amenazar, embargar, solo llevan miseria, ignorancia y odio allí donde los totalitarismos políticos o religiosos están sedientos de ello.